Felix Maocho

Para quien le interese lo que a nosotros nos interesa

Relato – El naúfrago de la memoria, ¿Reencarnación?,… ¿Ciencia ficción?,… ¿misterio?….

Por Félix Maocho
26/2/2012

La ventaja de la Ciencia Ficción es que lo soporte todo, en ella un sapo puede ser el Señor Imperial de las Galaxias o una pirámide comienza a razonar cuando es rociada con el extracto digital de la razón. También el Mundo Mágico lo permite todo, un conjuro transforma al príncipe en una estatua, mientras que el beso de una doncella virgen, a la luz de la luna llana lo devuelve a la vida.

Lo malo es cuando tu relato no se cubre ni con el manto de la futurología ni con el de la magia, si no que presenta un hecho inexplicable y asombros en pleno el siglo XXI, porque exigimos que la historia tenga una explicación lógica. Para mí este es el punto débil de este relato, del que no puedo contar más, para no “destriparlo”. En él la autora no ha buscado ningún tipo de artificio para explicar lo inexplicable.

Por ello, si somos lógicos y racionalistas, quizá nos chirríe un poco la historia, pero si admitimos que lo inexplicable existe y que no es fruto de la fantasía, si no que está en inmerso en la propia naturaleza del universo donde a habitamos, nos gustará el relato.

Su autora, Blanca García Malanda,  cuenta en la pequeña introducción del relato, que de vez en cuando capta una mirada, a veces un olor, que desencadenan un relato, al igual que el relámpago desata la tormenta, convirtiendo su cabeza en un vendaval de ideas sobre historias que nunca vivirá.

Pero como me ocurre a mí, ella no escribe para un cajón, desea compartir su relato y saber si ha funcionado el artificio, si historia que inventaste hizo contener el aliento. Si la vale de algo, (ni tengo el menor crédito como crítico, ni noción de técnica literaria), le diré que como he indicado en la introducción, falta algún artificio para explicar el fenómeno que describe,, pero con todo, es un buen texto y prueba de ello, es que entre los muchos que he leido, es el que he seleccionado para mi blog.

Félix Maocho

 El naúfrago de la memoria

por Blanca García Malanda

Estaba corrigiendo exámenes. No llevaba mucho tiempo, pero de pronto notó un enorme cansancio y recostó la cabeza en el respaldo del sillón. En la radio empezó a sonar la Marcha Húngara nº 5 de Brahms.

Cerró los ojos y se sintió de pronto sumergido en un extraño fluido que se mecía al ritmo caprichoso de los violines, como flotan las medusas y las algas arrastradas por las corrientes marinas.

Cuando sonó el último acorde, volvió al examen que había dejado a la mitad, sobre la mesa. Miró con detenimiento las líneas que tenía ante sus ojos pero no fue capaz de entender nada.  No es que el alumno tuviera mala letra, es que sencillamente aquellos trazos no tenían para él ningún sentido. Pasó las hojas y todas aquellas grafías eran igualmente incomprensibles.

En un atisbo de alarma, casi de miedo, pareció entender el abismo que se abría ante él, y sin embargo, aún se sentía sumergido en un líquido espeso que le impedía alterarse.

Alargó la mano y cogió uno de los libros de su mesa. Lo abrió y observó con detenimiento aquellas líneas llenas de signos extraños. Estaba observando con asombro aquellos puntitos que había encima de unos palitos cuando entró su mujer en el despacho y él abrió la boca para explicarle lo que le estaba sucediendo pero solo salió un ronco sonido gutural, casi un aullido de animal enjaulado. Rebuscó en su cabeza con detenimiento y no encontró nada que pudiera expresar aquella pasmada mezcla de incomprensión y terror.

A partir de ahí  fue todo muy confuso. Carreras, idas y venidas, caras de susto y hombres de bata blanca, mientras él navegaba en su lento fluido, en un océano mudo y sin oleaje, en el que  no existían las palabras.

Le siguió a aquello un tiempo indefinido, una cantidad imprecisa de días de primavera en el que él esperaba sentado en el jardín de su casa, con una manta fina encima de las piernas, a que su mujer o sus hijos fueran a buscarle. Entonces se dejaba llevar dócilmente a la mesa o a la cama. Y  les respondía siempre con una sonrisa, que era el único modo que habían encontrado de expresar sus pensamientos, que ahora flotaban como enormes trozos de pan empapados en agua. Les miraba con afecto, a veces les agarraba con fuerza la mano, agradecido, pero incapaz de reconocerlos.

Nunca salía solo fuera de casa, ni siquiera a pasear por su barrio, porque luego era incapaz de volver.

Poco a poco, le enseñaron de nuevo a hablar. Primero las vocales y luego las consonantes. Y por fin pudo encontrar aquellos sonidos que se habían perdido más allá del horizonte de su mar en calma y, con ellos, pudo formar palabras. Nada más que palabras sueltas, al principio, que él rescataba con enorme esfuerzo de su encharcada memoria. Y después de muchos días, pudo hacer frases, con el mismo afán con el que, en las primeras imprentas, se buscaba cada letra en los pequeños cajones de los tipos.

Después aprendió de nuevo a leer y a escribir y disfrutó, como nunca antes lo había hecho, dibujando cada sonido, atrapando con la punta del lapicero aquellas palabras que durante meses vagaron a la deriva por su cabeza.

A continuación aprendió los números, la suma, la resta, y memorizó, por segunda vez en su vida, las tablas de multiplicar.

Ahora ya podía quedarse sólo en casa y, aunque se desorientaba, recorría todos los espacios, el pasillo y las habitaciones, hasta que por fin llegaba al lugar al que quería ir.  Y en sus idas y venidas por aquel territorio cada vez más conocido, se paraba a observar con detenimiento todos los objetos que le rodeaban: llegaba hasta la mesa de la sala y se agachaba para mirar cómo se habían amachambrado las patas para unirlas al tablero. Todo para él era un reino incógnito por descubrir, y para asombro de su familia, sobre todo le fascinaba lo relacionado con la carpintería: las sillas, los cajones y las estanterías.

Poco a poco fue recuperando sus recuerdos, pequeños  trozos inconexos y flotantes de su vida anterior. La mayoría de las veces contaba recuerdos de cuando era pequeño, pero en trozos tan fragmentados, que apenas eran algo más que el paisaje asustado y azul que ilumina un relámpago en medio de una tormenta.

Pero, para asombro de todos, empezó a utilizar con absoluta precisión una gran cantidad de palabras relacionadas con las herramientas que se usaban hace años para trabajar la madera: el escoplo, la gubia, el gramil, la punta de trazar, el formón, la barrena, el ensamble de espiga, el botador, la caja de ingletes, la escofina, la garlopa y la sierra de costilla.

Fue entonces cuando su familia empezó a sospechar que no estaba recuperando su propia memoria, si no la de otra persona, porque él nunca  había tenido otro oficio que el de profesor y jamás se había aficionado al bricolage.

Su hijo pequeño fue entonces al cajón en el que guardaban aquellas fotos en blanco y negro, con los bordes mellados y amarillentos. Las puso delante de él, encima de la mesa y todos se sentaron alrededor, expectantes. Él las cogió y las fue pasando en silencio, despacio al principio y luego cada vez más rápido como si estuviera ansioso por encontrar alguna en concreto. Cuando llegó a la foto de la boda de sus abuelos se paró en seco. La cogió entre sus manos y observó a su abuelo Arsenio, con un impecable traje negro, junto a la abuela María, con un vestido blanco de talle bajo y un velo que no podía ocultar su sonrisa.

Nunca hubo en el pueblo una novia más bonita que mi María ¿la veis? Aún por debajo del velo le brillaban los ojos. Y cuando bailábamos, bien juntos, en la plaza, éramos un solo cuerpo al ritmo de la música…

Luego levantó la vista y los miró uno por uno, desconcertado, buscando a alguien con la mirada.

Rebuscó de nuevo en la mesa, en la que estaban esparcidas las fotografías en blanco y negro, hasta que encontró otra. En ella, los abuelos vestidos aún con el traje de novios,  brindaban delante de la puerta de un negocio. Encima de la puerta, en letras muy grandes, podría leerse: CARPINTERÍA  ARSENIO

Levantó la vista de la foto y una chispa de lucidez pareció brillar en la tristeza de sus ojos.

Pero, ¿dónde está ahora María?

Blanca García Malanda,

Vía Canal Literatura 

26 febrero 2012 - Posted by | Relatos | ,

8 comentarios »

  1. Cada vez que leo este relato me gusta más -y lo he leído bastantes veces-. Toda su vida de profesor, matrimonio, hijos, éxito profesional, cultura, toda una vida feliz, y sin embargo, allá en el fondo, en alguna parte de algún heredado gen, latía el verso de Borges:
    «…A veces pienso con nostalgia
    en el olor de esa carpintería».

    Un saludo agradecido para Blanca, de Kellroy.

    Comentarios por José María | 27 febrero 2012 | Responder

  2. Con gusto le haría llegar a la autora su comentario, pero desgraciadamente he sido incapaz de encontrar el sistema de ponerme en contacto con ella, no he encontrado en Internet su email, o su teléfono, pese a que lo he buscado en Google. Espero que sea ella quien se entere viviendo a visitarnos aquí.

    Gracias por su participación y creo que gracias también en representación de la autora por sus elogios.

    Comentarios por felixmaocho | 28 febrero 2012 | Responder

  3. Hola, soy Blanca.
    Muchas gracias a los dos.
    A Kellroy, porque siempre es un placer leer tus comentarios (estos versos de Borges son un regalo, te lo aseguro…)
    Y a Félix por elegir mi relato para tu blog.
    Tienes razón cuando apuntas que no termino de explicar el porqué de esa extraña reencarnación. Un profesor nos dijo en clase que tendríamos que perseguir la «suspensión temporal de la verosimilitud», que el lector se crea tanto nuestro relato que por un momento deje de preguntarse, de tener dudas. Que sencillamente quede atrapado por la historia, así, sin resquicios. Ya veo que no he alcanzado del todo mi objetivo.
    En cualquier caso, el camino de este aprendizaje en, en sí mismo, un verdadero placer.
    Sobre todo cuando puedo compartirlo.

    Muchas gracias de nuevo.
    Blanca García

    ¡Ah! mi correo es blancagmalanda@hotmail.com

    Comentarios por Blanca García Malanda | 11 marzo 2012 | Responder

    • A veces cuando uno hace la crítica de un relato, le entra la duda de si resaltar, (lo que uno entiende), que es un error, porque no dejo de tener en cuenta, que los autores de estos relatos, lo son por pura afición, que no son profesionales y nada sacan en limpio más que el placer de escribirlos, por lo que deberíamos ser, o condescendientes, o guardar al menos un piadoso silencio.

      Pero por otra parte pienso que si digo lo que realmente opino, si bien por una parte puedo herir, por otra valoro lo que encuentro bueno, pues uno se muestra sincero tanto para lo que bueno como para lo malo.

      Espero que valore que el solo hecho de elegir un relato entre tantos como hay en la red, es ya de por si un premio, puede que el relato sea perfecto o tenga fallos, pero lo que no cabe duda, es que ha destacado entre el inmenso océano que es Intenet, hasta el punto de atraer la atención de alguien.

      Por otra partee, si el fallo en su rlato hubiera sido garrafal, simplemente no lo habría elegido, pues a mis lectores, procuro suministrarles el mejor material que puedo y si ello no siempre es posible con mi propia obra, por razones obvias, si lo es cuando les ofrezco algo que extraigo de internet.

      Su relato está muy por encima de la media, pero creo que en efecto, ha fallado la “suspensión temporal de la verosimilitud”, pues el autor tiene el poder de imponernos a los lectores las reglas del juego y si esas reglas lo permiten, pueden ocurrir las coincidencias más inverosímiles y los hechos más insólitos, pero una vez hechas las reglas y comenzado el juego, hay que atenerse a ellas. Creo (con toda humildad y aceptando de antemano que puedo no tener razón), que en su caso, las reglas que nos impuso, eran las de un relato realista y que fue saltarse las reglas, el «salto atrás en los recuerdos» sin haber dado una «explicación lógica».

      A pesar de ello, repito que su relato es muy bueno y esto premiado con toda justicia, (en mi opinión), por eso lo seleccioné.

      Un saludo y e animo a seguir escribiendo.

      Comentarios por felixmaocho | 12 marzo 2012 | Responder

  4. Perdona Felixmacho, pero me parece que para criticar hay que poder apreciar lo que se lee. El que hables de «Lo malo es cuando tu relato no se cubre ni con el manto de la futurología ni con el de la magia, si no que presenta un hecho inexplicable y asombros en pleno el siglo XXI, porque exigimos que la historia tenga una explicación lógica. Para mí este es el punto débil de este relato» da idea de lo poco que has entendido este maravillosa relato.
    Que cuando ya te han explicado encima que quería conseguir la “suspensión temporal de la verosimilitud” que creo que ha bordado, sigas opinando «que los autores de estos relatos, lo son por pura afición, que no son profesionales» me hace que tenga que dajar de seguir leyendo tus comentarios y tu blog.
    Y me da lástima que uses este relato que es una obra de arte, lo mires por donde lo mires, para una crítica tuya, en mi opinión tan poco acertada y carente de sensibilidad literaria.

    Comentarios por Ana | 13 marzo 2012 | Responder

    • Lamento encontrar a alguien que es incapaz de comprender, que sobre la apreciación de un relato, puede haber tantas opiniones como lectores. En fin, que se lo va a hacer, apuntaré que cuento con un lector menos.

      Comentarios por felixmaocho | 14 marzo 2012 | Responder

      • Creo que Ana se ha dejado arrastrar por el apasionamiento y su admiración por Blanca y por su literatura le ha llevado a ver una ofensa donde realmente había un elogio. Esa defensa tan encendida de un cuento que, para mi gusto, es una delicia, la honra, pero no por ello dejo de pensar que su valoración de la crítica de Félix ha sido un poco injusta. «Sobre la apreciación de un relato, puede haber tantas opiniones como lectores», esto es una verdad como un templo babilónico. Yo mismo disiento de la opinión de Felix, porque aprecio sobremanera los relatos donde no todo queda explicado y donde se ofrece amplio espacio a la imaginación del lector. Imagino que es una cuestión de gustos. Pero estas opiniones ni nos dan ni nos quitan la razón (a Félix o a un servidor) y, en todo caso, a lo peor que pueden conllevar es a un enriquecimiento del cuento y de la autora, y a lo mejor… a lo mejor ni te cuento.

        Comentarios por Angel Guardiola Gómez | 20 marzo 2012

      • Por mi parte di por zanjado el asunto hace mucho. Me fastidió perder un lector, pero tampoco es cosa que me quite el sueño. Sinceramente no comprendo a quien rompe la baraja, simplemente por que alguien opina algo con lo que no está de acuerdo.

        Vuelvo a decir una vez más, que a mí el relato me gustó, y es obvio que es cierto, pues si no hubiera sido así, no le habría seleccionado para mi blog. Pero a mi juicio, le queda un fleco suelto en el desenlace , lo que, por supuesto, es un opinión personal y opinable, por lo que entiendo perfectamente y no tiene discusión posible, que haya quien le guste el cuento tal como acaba, pues para gustos se inventaron los colores. Como igual puede aparecer un tercer lector que le considere demasiado corto o demasiado largo, lo habitual es que cada cual tenga una opinión y no necesariamente coincida con las anteriormente expuestas y que la exprese y y si lo considere oportuno, la defienda, con argumentos que mo sean un ataque frontal a quien mantiene otra opinión.

        A mi simplemente me hubiera gustado más el cuento si le hubiera buscado una salida más o menos lógica, o bien si hubiera situado el cuento en un entorno, donde lo ilógico es admisible como real, como en un mundo de brujería, la ciencia ficción, ensoñación o algo parecido, pero aquí acaba mi crítica, que no me parece ni destructiva y ni tan siquiera excesiva y de la que no veo la razón por la que tenga que retractarme, pues ni siquiera me parece dura.

        Comentarios por felixmaocho | 20 marzo 2012


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