Felix Maocho

Para quien le interese lo que a nosotros nos interesa

Son las 10. ¿Sabe dónde están sus hijos?

esquema_funcionamiento_zapatillas-gpsHace muchos años empezaron a hacer esa pregunta las televisiones americanas, para concienciar a los padres y que se aseguraran de saber dónde estarían sus hijos.  La expresión ha quedado como un clásico, reflejado en películas y series de televisión, porque no sólo no pasa de moda, sino que cada vez hay más maneras de responder a la pregunta y más necesidad de poder contestarla en algunos casos.

Últimamente hay mucho revuelo con el tema de la privacidad basada en la localización. No sólo ha habido novedades en cuanto a aplicaciones que utilicen el GPS interno de los teléfonos u otras maneras de posicionamiento (usar las antenas de telefonía, como hace Google Maps) sino además todo un desarrollo de la industria de localizadores de todo tipo, desde los pequeños hasta los indestructibles. El tema no comenzó con Latitude ni la polémica partió de ahí, aunque parece que la ha reavivado.

Por un lado, existe la voluntad de algunas personas de estar localizables permanentemente hasta tal punto que no les importa ofrecer unas coordenadas exactas donde se les puede encontrar. Pero esto es una opción personal, y no es del todo un problema, por cuanto parte de ese mismo individuo la decisión de estar siempre en el radar.

Por otro lado, existe la necesidad de algunas personas, animales y cosas de tener una manera de ser encontrados por sus familiares o dueños, según cada caso. Así, tener un localizador en una maleta, para una persona que se pasa viajando continuamente en avión y que le pierden el equipaje de vez en cuando, puede ser algo bastante útil. Configurar el GPS del coche para que te pueda decir, mediante el teléfono móvil, dónde lo has aparcado, sería de gran ayuda a algunas personas (¿cuántas veces habré ayudado a buscar mi coche a mi madre, porque no recordaba en qué calle lo había aparcado, o en qué parte de un parking? demasiadas). También hay gente que pierde las llaves y otros objetos. Pero en fin, sigue sin ser muy debatible la opción de incrustar un mecanismo de localización en objetos, por cuanto no son en ningún caso, entes animados, sujetos con derechos, que pudieran necesitar proteción.

En un punto intermedio en esta evolución encontramos a las mascotas. Parece seguir siendo loable que lleven un collar con un GPS para evitar disgustos si se pierde.

Avanzando un poco más, podemos pensar que sería conveniente poner también un sistema de localización en personas que por su condición mental frágil pueden desorientarse, perderse, olvidar cosas. Por ejemplo, pacientes de Alzheimer y enfermedades similares. Es por su bien, ¿no?

Si seguimos con la lógica de «no hace mal sino bien», podríamos considerar también un acto lícito, realizar un seguimiento similar en niños pequeños. Al fin y al cabo, son seres indefensos, y no se les debe dejar de prestar atención en ningún momento. Poder saber dónde están a cada minuto forma parte de este cuidado que hay que tener con ellos. De nuevo, por su bien.

¿Y cuando el niño crece? ¿En qué momento adquiere su «libertad» de movimiento sin ser espiado constantemente su ubicación por parte de sus padres? También podemos encontrar justificación para seguir los pasos a un adolescente. Así, si nos dice el hijo que se va a estudiar a la biblioteca, pero aparece en el mapa en un campo de fútbol, podremos castigarlo y por ende, educarlo. ¿No? Y ya que estamos, si nos deja de dar explicaciones de por dónde se mueve, pues qué mejor que un GPS para él desconocido, que sirva de chivato si se va a la discoteca peligrosa o llena de pastilleros y cocainómanos. El adolescente rebelde del que no sabes nada hasta que vuelve a altas horas de la madrugada, no da explicaciones, no coge el teléfono a sus padres y en fin, desaparece cuando le da la gana, mantiene en vela a los padres, preocupados por dónde estará su hijo querido. Y la preocupación de esos padres podría llevarlos a enfermedades coronarias. No queremos esos sustos y esas canas en las familias españolas. Se justifica de sobra geolocalizar a los hijos, incluso pasada su mayoría de edad. ¿No?

Y siguiendo con la misma lógica, el cónyuge celoso que sospecha de infidelidad matrimonial, debería poder saber dónde anda el responsable de sus posibles cuernos. Además, legalmente podría ser necesario conocerlo, para poder determinar si es pertinente pedir un divorcio. Lícito? Parece que sigue siendo que sí.

Otro tipo de personas a las que habría que seguir «por su bien» o por el de la tranquilidad de sus allegados son aquellos que tienen problemas de adicciones. Por ejemplo, alguien que tenga dificultades para dejar el juego, debería poderse saber si está rondando un casino. O llevar un aparato encima que hiciese algún tipo de pitido si se acerca demasiado a una máquina tragaperras. Hay que ayudarlos. Es por su bien. ¿No?

Más medidas de protección de personas, pasan por obligar a aquellas sobre las que pesa una orden de alejamiento, a llevar una pulsera en el brazo o en el tobillo, que pueda dar fe de que está cumpliendo con su prohibición de acercarse a la víctima. Al parecer se ha decidido ya que eso es lícito. No cabe preguntarse si realmente lo es. ¿O sí?

Y en cuanto a tener a los trabajadores haciendo lo que tienen que hacer y donde lo tienen que hacer, cuando no es fácil que la persona encargada de controlarlo puede verlo directamente. ¿Por qué no instalar un GPS en cada coche de empresa, en cada autobús, taxi, furgoneta de reparto, camión, cacharro móvil de esos de limpieza de calles o carrro de basurero, comercial llama-puertas, revisor del gas, repartidor de pizzas, etc.? No vaya a ser que se nos pierdan tampoco. Ah, y olvida lo de fichar para los funcionarios. Eso es muy del siglo XX. También podemos ponerles un localizador para saber si están tomándose el cuarto desayuno del día. Sería realmente útil cuando quiero localizar algún bedel por toda la facultad de Económicas, que está despedigada en 6 edificios distintos.

Y ahora que lo pienso. Igual convendría que me pusieran a mí también un chip bajo la piel, por si acaso me secuestran. Sería totalmente útil poder saber dónde me llevan y en su caso, mucho más rápido para encontrar el cadáver.

Definitivamente, todo un avance esto del GPS y sistemas análogos de localización y seguimiento de seres móviles. Sin embargo, no sé si se ha notado la ironía. Por si acaso, aclaro:

En el punto de los niños, soy escéptica en cuanto a tenerlos permanentemente controlados y saber a ciencia cierta dónde están. Creo que todos nos hemos perdido alguna vez siendo pequeños. Pero seguimos vivos y no tenemos ningún trauma por ello. No hay tanta necesidad, entonces. Sobre este punto, es interesante un capítulo de los Simpsons donde Marge, la madre de Bart, esconde un GPS en el teléfono móvil del niño y así va viendo dónde va el sucesor magnificado de Daniel el Travieso.

En el punto de los adolescentes y post adolescentes, soy todavía más recelosa a admitir que se controle de esa manera a la gente. Llega una edad en la que ni con detectives privados (parece que esa es otra moda) se puede controlar lo que haga una persona de esa edad. Todos hacemos tonterías, cometemos errores, nos vamos a sitios que no deberíamos… de nuevo. Seguimos vivos, aprendemos de errores, maduramos,  y mientras tanto nos lo pasamos bien. No es además muy complicado trucar los sistemas de localización caseros una vez que se conocen. Igual que en su día se desviaban las llamadas para que cuando los padres llamaban a la casa del amigo en la que estaba la coartada, llegasen al móvil del fugado, o a la casa del destino real, hoy se pueden hacer trucos parecidos. Dentro de cada cabeza de adolescente está la idea, más o menos germinada de que  You have to fight for your right to party.

En el resto de casos, el debate lo considero totalmente abierto. No me parece fácil determinar en qué casos resulta admisible o no. La línea es muy difícil de cruzar. Ni siquiera el consentimiento puede ser del todo eximente, pues podría estar viciado al no tener el sujeto libertad de elección, como sea el caso de trabajadores, órdenes de alejamiento o hijos no emancipados. Todo un mundo, en definitiva, al que habrá que prestar atención.

Están en juego derechos muy fundamentales, como puede ser el de la intimidad, pero sin reducirse sólo a éste. Pongamos el caso, por ejemplo, de que acabásemos emitiendo todos una señal de posición, voluntaria o involuntariamente. Se acabaría el «problema» de determinar cuántas personas acuden a las manifestaciones pero a la vez surgiría el peligro de determinar, ya no cuántas sino quiénes están presentes. En este caso, se incumpliría el derecho a no manifestar las creencias políticas o religiosas. Sería uno de tantos casos en los que se podría pervertir el sistema, basado en principios más o menos admisibles, como la protección de la ciudadanía, de camino a establecer sistemas de dudosa calificación democrática, tendentes a convertir la realidad en ficción del estilo de 1984.  Mucho cuidado, repito, con abrir ciertas puertas, porque se da pie a aprovechar los avances tecnológicos para fines poco éticos con los estándares que ya hemos conseguido en los países desarrollados.

10 febrero 2009 - Posted by | Geekología, Gente marca ESO |

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